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Primer Paso

Actualizado: 30 jul 2020

La discusión, comenzó de manera intrascendente, pero escaló en un grado de violencia y amenazas importante. Por supuesto que no era la primera vez; pero esa noche aprovechando que mi hijo estaba de campamento me tranqué en su dormitorio. Apenas pegué un ojo en toda la noche y al día siguiente no estaba en condiciones de ir a trabajar; me levanté tratando de no hacer ruido y fui a la Emergencia. Allí comenzó a tejerse una red de soporte que, sería fundamental, para salir del aislamiento en que me encontraba.


Por entonces sufría de ataques de pánico. Mi grado de estrés y ansiedad era tan evidente, que la doctora que me atendió captó enseguida que se trataba de un caso de violencia de género, algo que hasta ese momento me negaba a admitir, y frente a la doctora que acababa de conocer, lo reconocí. Con mucho tacto y paciencia me indicó que debía ponerme en contacto con una psicóloga de Atención Primaria en Salud, donde podrían ayudarme. También me contactó con una organización especializada en brindar apoyo a mujeres y niños en situación de violencia, y me dio unas pautas de cómo manejarme. La doctora anotó los teléfonos en un papel, me pidió que los tuviera siempre a mano y que los registrara como números de amigas, por si él me revisaba el celular o encontraba el papel. Ese simple consejo, que ahora parece muy obvio y recomiendo, fue una alarma: ¿Si era tan evidente, cómo yo no veía el riesgo en que me encontraba? Esa instancia de tender redes y apoyo es fundamental para salir adelante.


En la Emergencia coordinaron las citas por mí, parecía un ente, salí de allí con licencia médica y cita con la psicóloga al día siguiente. No podía parar de llorar, pero poco a poco se fue abriendo el camino.


De regreso en casa me encontré con un “¿qué haces acá?! ¿por qué no fuiste a trabajar?” … un acoso brutal. Esa noche volví a encerrarme en el dormitorio de mi hijo y dormí un poco mejor gracias a la medicación. Al día siguiente, cuando salí de la psicóloga, mentalmente agotada, no tenía fuerzas para ir a casa y encontrarme con él y su interrogatorio así que me fui a caminar por la playa.


Vivíamos a pocas cuadras de la costa y ese lugar se transformó en un cable a tierra, en mi refugio. Caminé, lloré, medité, saqué fotos, grabé un audio prometiéndome hacer algo para cambiar mi situación y finalmente me serené. Agradecida por la posibilidad de tener ese lugar donde desahogarme me dispuse a volver a casa y a encontrar una salida. La buena noticia es que aunque nos parezca imposible, existe, ¡HAY SALIDA!


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