Aterrizaje Forzoso
- En voz alta
- 3 may 2020
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 30 jul 2020
Una cálida y “tranquila” noche de diciembre, una semana antes de Navidad… y yo sentada en el asiento trasero de un patrullero. ¿Cómo fui a parar allí cuando jamás tuve problemas con nadie?! ¿Qué sucedió? Trataba de poner mis pensamientos en orden repasando los acontecimientos recientes pero me sobrepasaban, me abrumaban, parecía una película, una pesadilla… No podía estar pasándome a mí y sin embargo allí estaba.

Adelante iban dos policías, un hombre y una mujer, comentando entre ellos lo ocurrido, repasando los hechos, como si estuviesen solos, y describiendo la manipulación de la que ellos mismos habían sido objeto. ¡Tenía que ser una pesadilla! ¿Y si no? Llegamos pronto a la Comisaría, antes de bajar procuraron transmitirme calma, dándome sus nombres y números celulares, insistiendo en que no dudara en llamarlos si necesitaba algo; y que volverían a buscarme para llevarme de regreso a casa cuando finalizara mi declaración. Bajé del patrullero atontada, aún sin poder acreditar lo ocurrido, sin conseguir tomar contacto con la realidad… en “una nube”.
Mientras esperaba que me hicieran pasar a la sala de interrogatorio, comencé a sentir vergüenza, una humillación inmensa y un dolor tan grande que se me dificultaba respirar, parecía que un cuchillo me atravesaba el pecho. Cuando me hicieron pasar apenas podía hablar, estaba en shock y ahogada por la angustia.
Ese fue el comienzo de un camino que parecía impensable, imposible, intransitable y sin embargo aquí estoy, orgullosa de haberlo recorrido, de haberme animado a dar ese primer gran paso e infinitamente agradecida por todo el apoyo recibido, que me permitió “reencontrarme” conmigo misma.
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